Dios tiene mandado a sus Ángeles que te guarden en todos tus pasos (Salmo 91, 11). Reconoced qué honor tan grande para nosotros el que como amigos nos designe Dios por ministros o servidores Ángeles suyos.
San Ambrosio (in epist. ad Hebr. c. 1.)
La noche del 13 de febrero de 1856, las campanas de Zams, aldea del Tirol, tocaron a fuego para despertar a sus habitantes, mientras estaban ardiendo dos grandes casas. Los inquilinos de una de ellas pudieron escapar con grandes fatigas, pero era tal su horror, que dejaron olvidadas dos niñas que dormían en una buhardilla. Las dos muchachas, una de 8 años y otra de 12, se despertaron poco antes de que se hundiese una parte del pavimento. Abrieron despavoridas una puerta, pero al momento entró por ella una llamarada tan violenta, que a duras penas pudieron cerrar de nuevo. La niña mayor se asomó entonces a la ventana, diciendo a su hermanita:
—Saltemos a la calle, yo saltaré primera, y si no me hago daño, saltarás después tú.
Rezando la invocación: «Santo ángel custodio, protégeme», saltó la niña a la calle. Como quedara completamente ilesa, gritó en seguida a la otra con gran alegría:
—Juana, échate. Yo no me he hecho daño.
Invocó también la segunda al ángel custodio y se precipitó desde la altura, sin producirse la más pequeña lesión.
Indescriptible fue el gozo de los padres al ver a sus dos hijas; postrados de hinojos dieron gracias al Señor.
Francisco Spirago, Catecismo en ejemplos, 1° parte: Doctrina de Fe, Editorial Políglota, Barcelona 51942, N° 288.
