Ser tu devoto, oh María, es prenda de salvación que el Señor concede a aquellos a quienes quiere salvar... No creo que nadie pueda alcanzar una íntima unión con Jesucristo y una plena fidelidad al Espíritu Santo sin, al mismo tiempo, una muy profunda unión con María, sin una gran dependencia de su auxilio... Quien encuentra a María, encuentra la vida, es decir, encuentra a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida.
San Luis María Grignion de Montfort
Louis Franz Budenz, el hombre protagonista de esta historia es una persona que en modo alguno ha quedado en el anonimato. En Indiana, estado norteamericano con una fuerte impregnación comunista, tuvo su cuna. Y si bien fue educado en un ambiente católico —su madre era una piadosa irlandesa—, el ambiente "rojo" en que se movía lo llevó pronto a convertirse en un agitador social de esos círculos.
Al abandonar la casa paterna, abandonó el muchacho de doce años los últimos restos de su fe infantil. Quería vivir su propia vida, una vida en libertad y libre de ataduras. Se lanzó apasionadamente a la lucha por la solución de la cuestión social, pues aquí se ofrecía el más sugestivo campo de actividad a su espíritu ilusionado. Pronto llegó a ser portavoz de los descontentos con el orden establecido e instigador de huelgas laborales. En el transcurso de estas luchas, fue apresado y condenado a prisión al menos unas veinte veces. Pero esto fue precisamente lo que lo convirtió en "mártir" de la cuestión social. A lo largo de un decenio (1935-1945) fue el abanderado de los proletarios. Además, como editor responsable de un importante periódico rojo y como miembro del comité nacional del partido comunista, su nombre se hizo famoso mucho más allá de las fronteras del estado.
Pese a todo, en lo más íntimo del corazón de este "hijo perdido" seguía latiendo la añoranza por la fe de su primera infancia. ¿Acaso no cabe pensar que fue esto precisamente lo que le llevó a intentar una y otra vez la reconciliación y la unión entre el comunismo y la Iglesia católica, en cuanto ésta se preocupaba particularmente de la clase trabajadora, y disponía de una dirección irreprochable y una doctrina segura? ¿Y no habrá que ver también aquí —en la explicación de esta mezcolanza de ideas— la conducta reprobable de sus compañeros de trabajo y de partido, cuya vida no se ajustaba en absoluto a lo que predicaban y escribían, llegándose en definitiva a la conclusión de que no eran sino muñecos en las manos del Kremlin? ¿Y acaso la doctrina del materialismo no parecía ser en tantos aspectos una pura contradicción en sí misma, y que, en consecuencia, abocaría pronto a su fin?
Sus ideas y sus planes le pusieron pronto en agudo enfrentamiento con Monseñor Fulton Sheen, celoso predicador desde las antenas de la radio y campeón contra el comunismo. Fue en 1936 cuando tuvo lugar por primera vez un encuentro entre ambos, en Nueva York. Esta había de ser la hora decisiva para el abanderado del comunismo.
—Nosotros, los comunistas, y ustedes, los católicos, hemos de colaborar juntos para liberar al pueblo. Esta política de brazos abiertos será la que nos traiga la salvación.
Así se expresaba este iluminado. El sacerdote, por su parte, intentó pacientemente evidenciarle con argumentos objetivos la imposibilidad de abocar a esta mezcolanza de ideas. De nada valió. Entonces, de manera imprevista, monseñor Sheen dijo:
—Ahora, querido amigo, permítasenos hablar de la verdadera y última salvación del mundo, del signo de salvación que Dios nos ha dado para nuestro tiempo.
Y durante una hora larga, el comunista estuvo oyendo muy atentamente cómo el sacerdote se despachaba hablando de la Santísima Virgen. Fue éste el primer toque de atención, la primera llamada.
Nueve años siguió él, sin embargo, trabajando como abanderado del comunismo y propugnador de sus errores. Seguía esperando la realización del socialismo a través de la marcha conjunta del comunismo y la Iglesia. Pero la Madre de gracia y misericordia no abandonó ni un momento a este su hijo. La intercesión de la Madre posibilitó que diese de lado al matrimonio con una mujer divorciada y que, asimismo, volviese otra vez a rezar...
Y así, mientras escribía sus artículos, a veces musitaba un Avemaría. Las hermosas palabras de monseñor Sheen sobre María habían tenido la virtud de despertar en él un pasado que creía ya largamente muerto. Ante sus ojos resurgió luminosa la imagen de su propia familia, congregada cada noche en torno a un cuadro del Ecce Homo, rezando el rosario. Y otra vez volvió a tomar en sus manos el rosario y, como lo confesó más tarde, al rosario agradeció su conversión.
El 10 de octubre de 1945 llevó a la radio una noticia sorprendente, escuchada por toda América:
—Con alegría profunda me es grato comunicarles a todos ustedes que yo, gracias a la divina gracia, he vuelto a encontrar total y absolutamente la fe de mis mayores, reintegrándome a la iglesia católica. El poder volver a recibir los santos sacramentos es para mí la mayor alegría y el regalo más precioso del cielo. Y ahora que vuelvo a la verdadera casa paterna de Dios, he de decir con la máxima franqueza que el comunismo y la Iglesia católica son incompatibles.
Esta noticia extraordinaria comunicada por la radio, y que luego se pudo leer en todos los periódicos, iba firmada con el nombre del antiguo jefe comunista Louis Franz Budenz.
En el libro que Louis Franz Budenz dio luego a la luz pública con el título "Esta es mi vida", dio testimonio ante todo el mundo de que su historia no era otra que la historia de la ayuda de María en su vida. De ahí que el libro vaya dedicado "A la Inmaculada Concepción". ("La Revue du Rosaire")
A. M. Weigl, Confiar en la madre, MISIONEROS DEL VERBO DIVINO, Pamplona, ESTELLA (Navarra) 1978, pág. 46-49.
