—¿Es lícito interrogar las mesas que se dicen parlantes o escribientes, o consultar de cualquier modo que sea las almas de los finados mediante el espiritismo? —Todas las prácticas del espiritismo son ilícitas, porque son supersticiosas, y a menudo no inmunes de intervención diabólica, por lo cual han sido justamente prohibidas por la Iglesia.
Catecismo Mayor, Edición de 1973, Capítulo II, N° 367.


Ya que muchas personas, incluidos muchos católicos, no están libres de superstición, y algunas veces no resisten el deseo de que algún médium espiritista los ponga en contacto con los muertos, no es superfluo repetir que todos los fantasmas del espiritismo son siempre un fraude demoníaco. Un conocido investigador de fenómenos parapsicológicos, a principios del siglo XX, Godfrey Raupert, cuyos experimentos con espiritistas le llevaron a creer firmemente en el demonio, hizo énfasis sobre los peligros que trae el confundir a tales espíritus con las almas de los difuntos.


La persona ingenua que no sabe que el demonio es capaz de aparecer como “un ángel de luz”, sí, incluso como Cristo o como la Santísima Virgen, tal como lo atestiguan las vidas de muchos santos, es fácil presa para él.


[Godfrey Raupert se convirtió a fin de cuentas a la fe católica].


Raupert estaba involucrado en la historia de un inteligente pero ingenuo sacerdote inglés, el secretario del arzobispo de Westminster, cardenal Vaughan. El secretario asistía a sesiones espiritistas en la casa de un general, poco tiempo después de la muerte de su jefe, el cardenal:


«Para el absoluto asombro del joven clérigo, pronto una figura completamente material que tenía la forma y características faciales del difunto cardenal, vino hacia delante desde el fondo donde estaba la cortina. Se acercó directamente a él y le susurró más o menos lo siguiente al oído:


—Tengo una importante declaración que hacer. Lo que enseñé en mi vida terrena no es cierto. Lo reconocí inmediatamente al entrar en el mundo en el que vivo ahora. Usted debe decirle a todos que ha hablado conmigo y lo que yo le he contado.


Luego de estas palabras, el fantasma desapareció.»


El “cardenal” reapareció en varias sesiones subsecuentes y, según el joven monseñor, “respondió todas las preguntas de tal manera que no dejó dudas de que se trataba del difunto cardenal. Y esto le ocasionó el colapso total de su fe católica”. El joven monseñor dejó el sacerdocio y se convirtió en un “espiritista convencido”.


Algunos años pasaron antes de que él viese la realidad y aprendiera a descubrir el engaño y los peligros de esas apariciones diabólicas.


Gerard J. M. van den Aardweg, Almas sedientas. Visitas sobrenaturales, mensajes y advertencias desde el purgatorio, Charlotte, Carolina del Norte 2012, pág. 40.