MISA Y TRES JACULATORIAS POR EL ALMA DE LA HERMANA ENRIQUETA


Después de la muerte, el alma experimenta el amor de Dios con tal intensidad que siente la imperiosa necesidad de amarlo con todas sus fuerzas. Pero no puede, porque está enferma por las secuelas de sus pecados y necesita purificarse. Es como un enfermo de los pulmones que quisiera respirar sin dificultad y necesita primero curarse para poder respirar a pleno pulmón. Así también el alma quiere amar a Dios con toda su capacidad y sufre, porque no puede amarlo en plenitud. Sin embargo, lo grande de todo este misterio es que la misericordia de Dios permite que los vivos puedan suplir por los difuntos y así puedan sanarse más rápidamente. Es como si les obtuviéramos la medicina adecuada que, en un instante o en poco tiempo, los curara y los purificara totalmente. O como si pagáramos su deuda de golpe (indulgencia plenaria) para que fueran directamente al cielo, o pagarla por partes para que vayan creciendo gradualmente hasta la plenitud de su amor. 

Ángel Peña OAR, Los santos y las almas... 


El 29 de abril de 1926, puede leerse en el diario de Faustina: 

 

Una hermana [Enriqueta] se estaba muriendo. Pocos días después se acercó a mí. Me pidió que fuera con la madre directora de las novicias y le dijera algo. A saber, que ella le pidiera a su confesor que ofreciera una misa por ella [por Enriqueta] y tres oraciones jaculatorias. 

 

Al principio, estuve de acuerdo. Pero al día siguiente decidí que no iría a ver a la madre directora. Pues yo no estaba segura de si esto había ocurrido en un sueño o en la realidad. Por lo tanto, no fui... 

 

La noche siguiente se repitió lo mismo con mayor claridad. Ya no tuve dudas. Aún así, en la mañana decidí no decirle a la directora nada sobre esto hasta que la viera (a la hermana Enriqueta) durante el día. Inmediatamente me encontré con ella en el corredor. Me reprochó por no haber ido inmediatamente y una gran inquietud llenó mi alma. 

 

Entonces, fui inmediatamente con la madre directora. Le conté todo lo que me había sucedido. La madre respondió que ella se ocuparía del asunto. 

 

Inmediatamente la paz reinó en mi alma. Y al tercer día esta hermana vino a mí y me dijo: 


“Dios te lo pague”.


Cf. Diario. La Divina Misericordia en mi alma, N° 20