DESCUIDO EN EL SERVICIO A DIOS CASTIGADO EN EL MÁS ALLÁ
En su "Informe sobre la fe", el Cardenal Joseph Ratzinger dice: "Hoy todos nos creemos tan buenos que no podemos merecer otra cosa sino el paraíso. Esto proviene de una cultura que tiende a borrar del hombre todo sentimiento de culpa y de pecado. Alguien ha observado que las ideologías que predominan actualmente coinciden todas en una cosa fundamental: la obstinada negación del pecado, del infierno y del purgatorio... Yo digo que, si no existiera el purgatorio, habría que inventarlo. Porque hay pocas cosas tan espontáneas, tan humanas, tan universalmente extendidas, en todo tiempo y cultura, como la oración por los propios allegados difuntos.
Ahora, deseo contarles otra historia que ocurrió en la iglesia. Cada noche, después de la cena, todos los hermanos solían reunirse para una recreación en comunidad y el padre Pío iba con ellos. Entonces, el padre Pío iba al oratorio y oraba solo.
Una noche, mientras el padre Pío se encontraba solo, orando en el oratorio, escuchó un ruido en la iglesia. Pensó, deben ser los estudiantes, los muchachos estarán arreglando las cosas en la iglesia. De manera que no le prestó más atención al incidente.
Había velas alrededor del altar. Era necesario usar una escalera para alcanzarlas. Mientras el padre Pío estaba orando, escuchó un ruido como “vroom” y todo comenzó a caerse. Se levantó de donde estaba y fue a la baranda de la comunión. Vio a un joven vestido como fraile. El hombre estaba de rodillas. El padre Pío se le acercó y le dijo en voz alta:
—¿Quién eres, ah?
El joven dijo:
—Soy un novicio capuchino, vengo del purgatorio, estoy haciendo penitencia por la falta de diligencia en mi trabajo en la iglesia.
El padre Pío dijo:
—Está bien. ¡Qué buena manera de reparar algo: rompiendo todas las velas! Ahora, escúchame, vete y no regreses nunca. Mañana, mi misa será por ti. De esta forma serás liberado. “No regreses nunca”.
El novicio le agradeció y el padre Pío salió de la iglesia. Cuando el padre Pío se dio cuenta de que había estado hablando con un hombre muerto, un escalofrío subió y bajó por su espalda.
Mientras esto sucedía, el padre Emanuel pasaba por allí. Le dijo al padre Pío:
—¿Habló usted con un muerto? Estaba usted parado cerca de la baranda de la comunión y me di cuenta de que usted hablaba con un hombre muerto. Me asusté tanto que salí corriendo. Fui a conseguir ayuda.
Regresó con el padre Paulino. El padre Pío estaba temblando. Dijo:
—Tengo frío, tengo frío.
Paulino le preguntó qué había sucedido. El respondió:
—Hablaba con un hombre muerto.
Luego de veinte minutos le dijo a Emanuel:
—Toma una vela y ven conmigo.
Fueron a la iglesia, hasta el altar mayor. El padre Pío dijo:
—Súbete al altar.
Así lo hizo. Entonces preguntó:
—¿Qué quieres que haga ahora?
El padre Pío dijo:
—Mira detrás del altar. ¿Hay alguna vela rota ahí?
En esa época, el altar tenía allí una pintura de San Miguel.
Dijo:
—Mira debajo de la pintura de San Miguel detrás del altar y ve si hay alguna vela rota.
Emanuel miró y dijo:
—Sí, hay varias velas grandes aquí y todas están rotas. ¿Qué más ahora?
El padre Pío dijo:
—Ahora bájate. Es suficiente. Nada más. Salgamos de aquí.
Y salieron de la iglesia...
Aquí, la aparición no dejó huellas de quemaduras, sino otro rastro concreto y significativo. La pobre alma dio una demostración del hermano negligente que había sido y de esa forma atrajo la atención del padre Pío. Tuvo que hacer penitencia en el sitio donde había cometido su falta.