Para aquellos quienes (al morir) se encuentren en condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del Purgatorio.
San Juan Pablo II



Sucedió alrededor de 1918 o 1919… Asunta, la hermana del padre Paulino, había venido a visitar a su hermano. En la noche, como era tarde y su habitación estaba lejos, ocupó una pequeña habitación en la vivienda para invitados del monasterio. Después de la cena, el padre Paulino dijo al Padre Pío:

—Vamos a saludar a Asunta en las habitaciones de los invitados.

Mientras la visitaban, el Padre Pío se sintió muy mareado y se sentó cerca de la chimenea. Era noviembre y hacía bastante frío. Viendo al Padre Pío tan cansado, el padre Paulino le dijo:

—Vamos a hacer una visita al Santísimo Sacramento. Mientras tanto, quédate aquí y descansa, porque estás muy cansado.

El Padre Pío estuvo de acuerdo y Paulino y su hermana se fueron a la iglesia a través de la sacristía. No pasó mucho tiempo antes que el Padre Pío se durmiera ligeramente. De repente se despertó. Abrió sus ojos y vio a un viejo envuelto en un pesado abrigo, calentando sus manos cerca del fuego. Le dijo al viejo:

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

El viejo replicó:

—Soy fulano de tal.

El Padre Pío dijo:

—¿Qué haces aquí?

Él respondió:

—Estoy en el Purgatorio expiando por esto y esto.

El Padre Pío dijo:

—Bien, estoy hablando contigo ahora y no voy a hablar más de esto. Mañana en la mañana ofreceré una Misa por ti y serás liberado, pero no regreses.

Tomó al hombre del brazo y salió con él hasta el árbol… El Padre Pío le dijo al viejo:

—No regreses más.

Dijo adiós al viejo, y el viejo desapareció…

Recuerden que cuando el Padre Pío había salido, la puerta permaneció con seguro, porque cuando regresó encontró la puerta cerrada y con seguro. Entonces, hizo sonar la campana. El padre Paulino abrió la puerta y preguntó:

—¿Qué haces aquí afuera? ¿Cómo llegaste hasta aquí?”

El Padre Pío respondió:

—Tuve que ir al baño.

El padre Paulino dijo:

—No me vengas con esa historia. No es cierto, porque la puerta estaba con seguro.

El Padre Pío dijo:

—No, no, la puerta estaba abierta.

Paulino dijo:

—No, la puerta estaba con seguro.

El debate continuó y continuó...

[El Padre Pío obviamente trató de ocultar todo el evento sobrenatural. Aún así, puede haber dicho la verdad cuando afirmó que la puerta estaba abierta. Una posible explicación podría ser que su propio ángel guardián o el de su visitante hubieran intervenido. Como “un ángel del Señor” hizo que la “puerta de hierro” de la prisión de San Pedro “se abriera sola” (Hechos 12, 7-10).]

Después de unos pocos días, el Padre Pío dijo:

—Dije que la puerta estaba abierta porque no quería explicar lo que realmente había sucedido.

Por varios días el Padre Pío no se veía bien. Estaba muy pensativo, triste y pálido. El padre Paulino le preguntó varias veces:

—¿Qué ocurrió esa noche? ¿No te sientes bien? ¿Estás enfermo?

Al comienzo, el Padre Pío no dijo nada. Finalmente, le contó a Paulino lo que había ocurrido realmente en relación con el viejo.

Al día siguiente, el Padre Pío envió a Paulino a la alcaldía para averiguar sobre este viejo que había muerto, para saber su nombre, así como cuándo y dónde había muerto. Le dijeron:

—Sí, hubo un viejo que murió en el monasterio. Se quemó vivo en la habitación número cuatro. Su nombre era algo parecido a Preconci. En aquella época, el monasterio era un hogar para los pobres. Los pobres usaban la habitación número cuatro. Este hombre solía fumar mucho en cama. Una noche, en 1886, el hombre incendió su cama y se quemó vivo.

No tengo dudas de que el Padre Pío había hablado con este hombre muerto de San Giovanni Rotondo. Esa es la historia número uno.

Esta alma había estado aproximadamente 32 años en el Purgatorio. Uno podría especular si era una de esas almas que “andan cerca” del lugar donde vivieron o murieron, esperando que una persona les pueda ayudar (es decir, a quien Dios quiera enviarles y aparecérseles). ¿Se calentó sus manos para expresar que deseaba algo, un silencioso llamado al Padre Pío para que le ayudara? ¿O era acaso simplemente algo que solía hacer en su vida? ¿O las dos cosas?

Fuente: Gerard J. M. van den Aardweg, Almas sedientas. Visitas sobrenaturales, mensajes y advertencias desde el purgatorio, Charlotte, Carolina del Norte 2012, págs. 125-126.