El pensador no puede menos de dirigir una mirada meditabunda y escudriñadora a esta parte del horizonte. Para los espíritus filosóficos y cristianos que miran con interés cuanto se refiere a la propagación del reino de Dios y todo lo que se le opone, nada es de mayor importancia ni más fecundo en enseñanzas útiles, prácticas y de actualidad como el sincero estudio de esa historia humana al lado de la historia divina.
Enrique Lasserre, Los episodios milagrosos de Lourdes,
Barcelona 1884, p. 10.
El 20 de Octubre de 1871 Juana Peyres, humilde sirvienta de sesenta y seis años, venía segunda vez a la Gruta en acción de gracias del prodigio que obró en ella Nuestra Señora de Lourdes. Su fe y su piedad eran de las más conmovedoras. He aquí la interesante historia de su curación, dirigida a los Padres Misioneros por su piadosa y caritativa señora:
Peyrehorade, 23 de agosto de 1871
Reverendo Padre Superior:
En la primera semana de Cuaresma de 1870 Juana Peyres, de sesenta y seis años de edad, fue a la Gruta a dar gracias a Nuestra Señora de Lourdes por su curación milagrosa.
Esta mujer, que desde hace muchos años está sirviendo en mi casa, tenía hacía más de cuarenta años sobre la rodilla izquierda un tumor del tamaño de un huevo. Este tumor iba siempre creciendo en medio de los más crueles sufrimientos, tanto que desde hace diez años la pobre Juana no podía volver a su casa, y pasaba la noche en la mía.
Mandé llamar al doctor Suyé, médico a la sazón en Peyrehorade, quien declaró que no se podía hacer ninguna operación sin gran peligro de la vida de esta pobre mujer, pero que cuidándose podría vivir algunos años.
El mal fue creciendo, y el tumor llegó a ser tan grande como la cabeza de un hombre. El doctor Gabert, que había reemplazado al señor Suyé, declaró que si se abría la rodilla la enferma sucumbiría infaliblemente.
En el mes de septiembre de 1869, tomando Juana un baño de pies sintió horribles sufrimientos. La rodilla acababa de reventarse, saliendo de ella una materia asquerosa como hez de vino que no cesó de correr hasta la mañana del día siguiente, y el olor que despedía era tan infecto, que varias personas, durante ocho o diez días, han estado sintiendo su repugnancia.
Juana pensó había llegado su última hora, y el temor de los juicios de Dios vino a turbar su alma cristiana. Yo la tranquilicé lo mejor que pude, aconsejándola que pusiese su confianza en Nuestra Señora de Lourdes y que hiciera voto de peregrinación a la Gruta si sanaba. Lo hizo así con todo corazón, y comenzamos una novena a la intención de esta pobre mujer; y por todo medicamento echamos agua de la Gruta en las llagas repugnantes que se habían formado sobre su rodilla, rociando también con la misma agua las cataplasmas de harina de linaza prescritas por el médico para calmar la violencia del dolor.
Durante la novena el estado de la enferma fue cada vez más desesperado, y el doctor me dijo que si deseaba mandar llamar al señor cura era ya tiempo de hacerlo, lo cual no fue menester, porque estando prevenido de antemano se encontraba ya en casa; y así se apresuró a confesar a la enferma y darle el Viático, desde cuyo momento se observó alguna mejoría en ella, y fue aumentando rápidamente hasta encontrarse fuera de peligro.
El doctor Gabert, que se había ausentado ocho días, no pudo menos de sorprenderse cuando volvió y vio que Juana estaba en vías de curación. Declaró que de cien casos semejantes ninguno se habría salvado, y repetía a cada instante:
—Hay gentes que tienen suerte; muchas personas darían su fortuna por la curación de un mal análogo.
En la Cuaresma de 1870 Juana hizo su peregrinación de acción de gracias. La Virgen quiso probar su confianza. A la vuelta de Lourdes sufría todavía un poco de la rodilla, mas el agua de la Gruta hizo desaparecer el dolor; y desde hace quince meses la curación es perfecta. Cualquiera que viese hoy esta rodilla no podría creer nunca lo que yo he visto y cuidado en compañía de las piadosas mujeres que velaban a la enferma.
Dirijo a usted estas líneas con el fin de que entresaque de ellas lo que juzgue digno de ser publicado para gloria de Nuestra Señora de Lourdes.
E. Villars
Louis Gaston de Ségur, Ciento cincuenta milagros admirables de Nuestra Señora de Lourdes, coleccionados según los documentos más auténticos, Versión española de la segunda edición francesa, Barcelona 1893, Tomo 1, pág. 44-46.
