No es raro que almas de difuntos se aparezcan a los vivos: Dios ha permitido estas manifestaciones muchas veces, sea para despertar a los vivos de sus negligencias y de su entorpecimiento, sea para que las almas desatendidas reciban antes las atenciones para su alivio. — Las más acreditadas entre estas visiones son la de San Malaquías, arzobispo de Armagh, en Irlanda, que ya he mencionado; la de Ludovico Pío, emperador y rey, hijo de Carlomagno, que después de treinta años pasados en los tormentos, se apareció a Luis II su hijo; la del Papa Benedicto VIII, que ocupó la sede de San Pedro durante doce años y mucho tiempo después de su muerte se apareció al obispo de Laprée que había sido su amigo; la de una hermana de Santo Tomás de Aquino, a quien el Doctor había dirigido y que se le apareció para anunciarle, al mismo tiempo, su salida de este mundo y su entrada en el lugar de expiación. Las almas que han vuelto un instante a la tierra por un permiso excepcional de Dios no pensaban en satisfacer la curiosidad de las personas a las que se aparecían, desvelándoles los secretos de la otra vida; sino que les exhortaban a ayunar, a llorar, a rezar y les pedían que les hiciesen celebrar misas a su intención, con el fin de aliviarlas y acelerar su liberación.
Charles Arminjon, Fin del mundo...
San Gregorio da razón del siguiente caso:
«En una ciudad de Italia llamada de Centumcellae (hoy Civittà Vecchia) había un venerable sacerdote. Llegando a bañarse en unas aguas termales, halló allí a un varón desconocido. Éste con grande solicitud y esmero le servía en desnudarse, descalzarse y presentarle la sábana para enjugarse. Lo hizo esto sin manifestar el menor disgusto todas las veces que llegó allí el sacerdote. Mostrándose éste agradecido, le llevó cierto día unas tortas o panes. Cuando se los ofrecía, puso el desconocido varón el semblante muy afligido y le dijo:
—Este pan, señor, que me das, yo no lo puedo comer. Sábete que en otro tiempo fui dueño de este establecimiento. Por mis culpas Dios me destinó a sufrir en este lugar. Si quieres hacerme bien, ofrece a Dios el salutífero Pan en el santo Sacrificio del altar. Sabrás que ha sido oída tu oración, cuando viniendo a este lugar no me encuentres en él.
En diciendo esto, desapareció. En lo cual se vio claramente que aquel que parecía hombre mortal, era puro espíritu.
Enfervorizado el sacerdote con tal suceso, celebró por aquella alma la Misa siete días consecutivos. Se afligía y derramaba en este tiempo muchas lágrimas. Cuando había terminado la semana, volvió al baño y no halló a dicha alma. Así tuvo por cierto que había sido libre por aquellos Sacrificios.»
Cfr. San Gregorio, Diálogos, libro IV, cap. 55.