Como el hombre doma y sujeta al bruto, así nuestra alma ha de sujetar al cuerpo. Antes que el hombre pecara, y su alma se rebelara contra el Criador, la carne obedecía fácilmente a la razón; de modo que Adán y Eva, en el estado de la inocencia y justicia original, no sentían la rebeldía de las pasiones; mas ahora ellas anublan la razón y arrastran la voluntad hacia el vicio, de que son victimas y esclavos los que no practican la religión, por cuyo medio Dios da fuerzas para que domemos nuestros desordenados apetitos.

Ángel María de Arcos SJ, Explicación del Catecismo católico breve y sencilla, México 1898, p. 14.

San Doroteo, monje de Egipto (siglo VI), se encontraba en un bosque de cipreses con sus discípulos. Queriendo darles una lección útil, mandó a uno de ellos que arrancase un arbolillo apenas salido de la tierra; y aquél, sin fatiga, con una mano lo arrancó. Después le mandó que arrancase otro un poquitín mayor; y lo hizo con un poco más de esfuerzo y con las dos manos. Al fin le mandó que arrancase un árbol ya robusto, mas el esfuerzo de todos los discípulos juntos era incapaz de removerlo.

Entonces el santo anciano dijo: 

«Así son las pasiones: cuando apuntan en el corazón de los jóvenes y son débiles, es fácil extirparlas; pero si se las deja crecer con los años, ¡ay!, es muy difícil.»

Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Editorial Herder, Barcelona 1962, N° 2042.