¿Será posible que nos forjemos la ilusión de irnos derechamente a la Gloria? ¡Oh! Así se lo persuaden muchas personas buenas y espirituales, imaginándose que todos los pecados leves de su vida quedan enteramente perdonados de culpa y de pena, ya porque hicieron algunas obras buenas, ya porque trataron de lucrar tales o cuales indulgencias. Muy bueno es practicar virtudes, muy bueno llevar vida mortificada y penitente, muy bueno aplicarse a ganar cuantas indulgencias se pueda; mas después de todo esto no olvidemos que es muy difícil verse totalmente libres de culpas leves, que toda culpa, por leve que sea, merece pena, y que aun personas muertas en olor de santidad, ha revelado el Señor que tuvieron que pasar por el Purgatorio.
(Rev. Santiago Ojea y Márquez, Crisol divino, p. 108)
Don Cristóbal de Rojas y Sandoval, hijo del marqués de Denia, y arzobispo que fue de Sevilla, siendo todavía mozo y estudiante en la universidad de Lovaina, era singularmente devoto de las almas, y todos los días daba una limosna congruente para que se dijesen por ellas Misas.
Sucedió, que por haber tardado considerablemente las letras de cambio con que le atendía su padre, se halló desprovisto de todo recurso, cosa que no sintió tanto por la falta que le hacía, como por verse imposibilitado de socorrer a las almas.
Apesadumbrado el devoto joven y sin saber qué partido tomar, se fue a una iglesia a hacer oración por sus amados difuntos, ya que no podía mandarles celebrar el sacrificio eucarístico que con tanto afecto les ofrecía todos los días.
Terminada su oración y al tiempo de salir de la iglesia, se llegó a él un caballero de muy buen porte, en traje de español, y preguntándole por el marqués, su padre y parientes, de quienes dijo ser conocido y estarles muy obligado, le convidó a comer, y estando sobremesa le declaró que sabía hallarse necesitado de dinero, y sacando un bolsillo bien provisto de doblones, le dijo que los tomase sin reparo, que él cobraría de su padre en España.
Dominado nuestro estudiante por la noble persuasión que infundía en su ánimo la palabra de aquel caballero, recibió el dinero, y lo primero que hizo fue mandar decir por las almas las Misas que tenía atrasadas. Mas el desconocido que le favoreció con el dinero, nunca más volvió a parecer en Lovaina ni en España, ni hubo quien pidiese al marqués de Denia aquella cantidad; con que quedó persuadido a que fue algún alma del purgatorio, que en nombre de las demás, por no carecer del sufragio que les solía hacer, y por mostrarse agradecidas, se lo remuneraron. Y se confirmó más en ello, haciendo reflexión de que cuando aquel caballero se llegó a él al tiempo de salir de la iglesia, había sentido en sí tal estremecimiento y pavor, que tardó no poco tiempo en recobrarse...
Cfr. Fray José Coll, Clamores de ultratumba, Barcelona 1900, págs. 251-252.