La Virgen María es tan dulce, tan suave, que el demonio no sabe qué hacer con ella. Ella viene siempre a los exorcismos si se lo pedimos.
Rev. José Antonio Fortea

Una joven señora de 32 años llega un día donde Pierina acompañada por su esposo y otros familiares. Apenas entra al oratorio empieza a maldecir y a blasfemar de un modo insólito. Pierina conoce que se trata de una posesión diabólica. Le sobrecoge un gran susto, pero luego recobra la calma y la confianza; reza con fervor tres Ave-Marías y ordena al maligno:

—¡Deja de blasfemar contra Dios y la Virgen! Este es un lugar santo. ¡Apártate!... pues aquí nada se te ha perdido. En nombre de Rosa Mística que aquí se apareció, te lo ordeno: ¡retírate!

Pierina repite una y otra vez este conjuro, entonces la joven que había metido tanto ruido con su furia y sus blasfemias, se calma por completo y sin acordarse absolutamente de nada, dice llena de estupor y gozo:

—¡Ahora, de repente, me siento tan aliviada! ¡Me he librado de un peso terrible que me tenía atormentada!

Más tarde Pierina supo que la joven señora desde hacía algún tiempo se sentía oprimida por el miedo de llegar a tener un hijo. Este miedo a la maternidad se le aumentó progresivamente hasta convertirse en un verdadero paroxismo, que hacía sufrir a cuantos la rodeaban, convirtiéndose la vida de todos en un infierno. Ningún médico había podido ayudarla y el asunto iba de mal en peor. 

En tales circunstancias, la familia oyó hablar de las apariciones de la Virgen en Montichiari. Como último recurso en su desesperación, resolvieron viajar con la pobre señora a lugar bendito y en el Oratorio de Pierina quedó libre del demonio que era quien la atormentaba.

Convencida Pierina de la liberación diabólica, que allí se había operado, tomó de la mano a los esposos y los condujo ante la estatua de Rosa Mística, donde ellos prometieron conmovidos hasta las lágrimas vivir su matrimonio según la voluntad de Dios con un criterio verdaderamente cristiano.

Después de unos meses, volvieron a Montichiari, esperando dichosos a su primogénito. Nació, en efecto, una niña a quien bautizaron con el nombre de “María Grazia”, en prenda de gratitud a nuestra Señora y que fue “un rayito de sol” en la familia.

A. M. Weigl, María - "Rosa Mística". Montichiari - Fontanelle, págs. 57-59.