Pero el prudente es el que, considerando lo que le ha de suceder en breve, de salir despojado de este mundo, se previene para el otro, y con obras santas de penitencia, caridad y limosna, traspasa sus tesoros a la región en que ha de habitar para siempre, ordenando bien aquí toda su vida. Pensemos, pues, en lo eterno, para que ordenemos lo temporal y logremos lo temporal y lo eterno.
(J. E. Nieremberg SJ, Diferencia entre lo temporal y lo eterno)
Un personaje que había empleado toda su vida en la práctica de las virtudes, y particularmente en socorrer a las almas del purgatorio, se vio en su agonía horrorosamente asaltado por el príncipe de las tinieblas. Pero con sus muchos sufragios había enviado del purgatorio al cielo un crecido número de almas, que, viendo a su bienhechor en tal peligro, no sólo pidieron al Altísimo que le concediese mayor abundancia de gracias para hacerle triunfar, sino que también alcanzaron el poder socorrerle y asistirle personalmente en aquel decisivo conflicto.
Bajando luego del cielo, cual valerosos guerreros, unas se arrojaron contra el infernal enemigo para ahuyentarle, otras rodearon el lecho del moribundo para defenderle, y otras, por último, se pusieron a consolarle y animarle.
Él, transportado de admiración y de gozo: "¿Quién sois?" les dijo; y ellas le contestaron que eran las almas que había sacado del purgatorio con sus sufragios, y que habían venido a pagarle tamaño beneficio y a acompañarle al cielo.
Inmensa fue la alegría del moribundo a tan feliz anuncio, y, respirando su semblante suavísima placidez, voló su alma a la patria celestial.
(Binet, De statu animarum, cap. 1)