¿Quién no ve cuán acertadamente se compara el lujurioso al perro por su desvergüenza; al puerco, porque se revuelca en el cieno de sus inmundicias; al escarabajo, que vive en los muladares, y su contento y gusto es en la suciedad y en la basura; al ratón, que roe y consume todo lo precioso; a la serpiente, que escupe ponzoña y anda pecho por tierra; y a otros viles animales.
(J. E. Nieremberg, Obras espirituales, t. 2)
En una ciudad no muy grande de España — lo contaba el médico que tuvo que intervenir personalmente en el asunto — ocurrieron dos casos de fallecimiento repentino, instantáneo, por rotura del ventrículo del corazón, en una casa de mala nota, en el momento mismo de entregarse al pecado.
Aquellos infelices se disponían a gozar de espaldas a Dios y... ¡Cadáveres! Dos casos: rotura del ventrículo del corazón, muerte instantánea.
¡Desgraciados! Saborearon un momento de placer en este mundo y descendieron inmediatamente al infierno para sufrir allí el castigo del pecado: separación de Dios y tormentos espantosos para toda la eternidad.
Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Editorial Herder, Barcelona 1962, N° 1830.
