Dos Endemoniadas junto a la
Fuente de Fontanelle
Una señora era sumamente nerviosa y sobreexcitada. Estaba incapacitada
para el trabajo porque a nada podía poner fin. Y junto a la fuente de
Fontanelle, fue librada de un espíritu maligno y mudo que la hacía sufrir.
Nadie había podido ayudarle ni darle paz y ni ella misma sospechaba que se
trataba de una influencia diabólica. Y por la Virgen quedó libre de su horrible
situación.
Un aviador militar milanés de unos 45 años de edad, llegó a Montichiari,
atormentado con todas las señales de una posesión diabólica y fue
instantáneamente y para siempre curado de su mal.
«El 8 de diciembre
de 1970, me fui con un sacerdote a la fuente de Fontanelle. Allí encontramos a
dos señoras con toda la apariencia de estar endemoniadas. Venían de las
cercanías de Milán y estaban acompañadas por una señora ya mayor y un
religioso. Empezamos a rezar el exorcismo y a invocar fervorosamente a la
Santísima Virgen.
Pero una de las
mujeres, completamente fuera de sí, insulta a la Madre de Dios, cuya estatua
está en la pequeña capilla. Grita desaforadamente:
—¡Tú!... ¡Tú!...
por Ti y Tú... ¡estoy condenada! ¡Sólo por Ti y por causa tuya!
Escupe hacia la
estatua y aúlla como un perro chiquito. De pronto la mujer con toda su fuerza
se golpea la cabeza contra la mesa que está delante de la estatua y sostiene
dos floreros, que no caen con el golpe. Estoy asustado, pienso que se ha roto
la cabeza. Pero con gran asombro veo que no le queda ni siquiera un cardenal.
La posesa sigue
vociferando contra la estatua de María Santísima:
—¡Tú desaparecerás
de aquí! ¡Tienes que salir y alejarte, yo te echaré afuera!... ¡Este es mi
dominio, tengo la fuerza para ello. Nosotros somos legiones... ¡legiones! ¡Tú
nada tienes que buscar aquí!
Al oír tales
horrores, susurro al sacerdote que diga en alemán el exorcismo. Él me contesta
que para ello se requiere una autorización especial, pero que está rezando
continuamente el pequeño exorcismo.
La posesa debe
haber entendido mis palabras aunque las digo en alemán y en voz muy baja. El
sacerdote levanta la mano y traza la señal de la cruz a espaldas de la mujer.
Ésta se vuelve vivamente como si la hubiera picado una tarántula. Saca la
lengua y se ríe burlonamente a la cara del sacerdote. Luego haciendo horribles
visajes se le acerca. Forma con los dedos un redondel a modo de anteojo y
mirándolo le dice:
—Vosotros ya sois
muy pocos, nadie os cree ya. ¡Nosotros somos legiones! Vosotros nos habéis
facilitado las cosas más que nunca. Gracias a vosotros nuestro poder es muy
grande y la juventud nos pertenece! ¡Nosotros somos legiones!
Y la mujer ríe
burlona y maliciosamente.
Continuamos
todavía un rato en oración y salimos de la capilla. Todos nos siguen, también
las señoras, que ahora hablan normalmente y no dan señales de saber nada de lo
ocurrido. Sin embargo la acompañante me comenta en voz baja:
—¡Por fin se sabe
lo que pasa y se puede hacer algo en favor de estas pobres!»
