Urge tener presente que toda obra buena, hecha en estado de gracia, produce estos cuatro frutos o efectos: 1.° El meritorio, que consiste en aumentar la gracia y la gloria de aquel que practica la buena obra, y este efecto no puede cederse a nadie. 2.° El propiciatorio, que es hacer a Dios propicio, aplacando la ira de su justicia divina. 3.° El impetratorio, reducido a obtenernos gracias y favores de parte de Dios. 4.° El satisfactorio, llamado así porque con él se satisface la pena temporal merecida por nuestros pecados. Ahora bien; sólo el último de los frutos de nuestras buenas obras es el que cedemos a las almas del Purgatorio, a fin de que les sirva de presupuesto para pagar la pena temporal que adeudan a la justicia divina por los pecados cometidos; los otros tres frutos, que son los más ventajosos, quedan con nosotros.
Rev. José Coll, Clamores de ultratumba


Por los años de 1618 era guardián del Convento de Santa María de los Ángeles, fray Pedro Delgado. Al amanecer un día, caminaba el guardián hacia el convento, y llegando al principio del camino que se llama de las Vueltas, le salió al encuentro un hombre vestido todo de pardo, la montera azul, y un ojo de la cara menos. Le preguntó el guardián si quería algo: le respondió: 

—Padre Guardián, por Dios te pido me digas veinte Misas, o busques quien las diga. Veinte años hace que dejé esta vida con la muerte; desde entonces acá padezco en el purgatorio graves penas, hasta purgar del todo mis pecados. Es ejecución de la divina justicia; pero su piedad inmensa ha permitido, que para el alivio de mis penas venga a pedirte esta limosna, pues en ella está mi dicha para ir a gozar de la vida eterna. Te pido por el amor divino no te opongas a su voluntad santa, y que como ministro suyo te compadezcas de mí, que soy tu prójimo. Las penas son gravísimas, siendo la mayor de ellas carecer de la vista clara de mi Dios, porque le amo, aunque me resigno en todo en sus secretos juicios y determinaciones santas. Es terrible la aflicción de la esperanza dilatada, y el carecer de la vista de hermosura tanta: te seré agradecido y fiel amigo a lo que obrares.

Cumplió el guardián el encargo, y le apareció el alma del difunto cercada de resplandores: le dio muchas gracias, y le dijo como por la bondad de Dios iba a gozarle eternamente en la gloria; que allí rogaría por él agradecida, y por los demás que le habían ayudado.

Cfr. Fray Andrés de Guadalupe, Historia de la santa provincia de los Ángeles, Madrid, 1662, cap. XIV.