Pero así como la gratitud de las almas no puede ser mayor para con los que se acuerdan de ellas, tampoco cabe ingratitud más vituperable que la de muchos hombres tan desconsideradamente olvidados de aquéllas, como si para ellos jamás hubieran existido. Vergüenza debiera causarles semejante ruindad, máxime al ver que hasta los irracionales les aventajan en esto por la nobleza de sus procederes.
Se cuenta de un león domesticado, que al embarcarse su amo con intención de llevarlo consigo en aquella navegación, temeroso el capitán del bajel de que la fiera hiciera alguna de las suyas, en manera alguna quiso admitirla a bordo. Se dio a la vela la nave, y al ver esto el león se arrojó al mar siguiéndola a nado, hasta tanto que, rendido por el cansancio, se dejó ir al fondo vencido de las olas y quedó ahogado.
Se refiere también de un perro, el cual peleó furiosamente contra un salteador en defensa de su dueño; y habiendo éste quedado muerto, el perro no se separó un punto de su lado. Llegaron muchas gentes a ver al interfecto [asesinado], y viniendo entre ellas el mismo salteador homicida, tan pronto como lo distinguió el perro se abalanzó sobre él e le hincó los dientes con rabia sin quererlo soltar, hasta que convicto y confeso aquel malvado, lo llevaron de allí para ajusticiarlo.
Rev. José Coll, Clamores de ultratumba, Barcelona 1900, págs. 253-254.