Varios Doctores han notado que el Evangelio nada dice de la mala disposición de Judas al tiempo de comulgar en la noche de la Cena; mas cuando recibió la sopa que con tan especial agrado y amor le alargó el Señor, dice San Juan que después del bocado, entró en él Satanás. Dicen, pues, los Doctores, que el comulgar fue beneficio común a todos los Apóstoles, pero el recibir el bocado fue particular y exclusivo de Judas, en lo cual se manifestó por modo maravilloso, capaz de dar envidia a ser posible hasta a los mismos Serafines, la benignidad y ternura de Jesús para con él. Pues bien: al ver el Salvador la descortesía e ingratitud del rebelde y obstinado discípulo en no rendirse en el acto de recibir aquel cariño, aquella prueba inusitada de amor; al advertir que lejos de eso le volvía las espaldas y se salía del Cenáculo, viéndolo del todo perdido, permitió que el demonio entrase en él; lo cual no hizo cuando comulgó sacrílegamente, dando a entender, a nuestro modo de apreciar el pasaje, que Judas cometió mayor pecado con su ingratitud que comulgando en pecado mortal.
Había —dicen— en cierta ciudad un caballero el cual amaba ciegamente a un hijo único que tenía. Desde luego procuró darle una carrera brillante, sacrificándose para que pudiera mantenerse en una atmósfera o rango muy superior a su fortuna y clase social. Concluyó sus estudios aquel mimado hijo, y empeñado el padre en sublimarlo más y más, le obtuvo un destino o colocación no menos importante que pingüe; mas para poder conseguir aquella gracia se vio precisado a vender todos sus bienes, y no siendo éstos suficientes, no dudó en contraer algunas deudas.
Vencido el plazo estipulado, se le presentaron los acreedores exigiendo el pago de aquel préstamo, y no siéndole posible satisfacerlo, fue llevado a la cárcel como insolvente. Viéndose en aquella tan lastimosa situación, mandó un mensaje a su hijo, el cual gozaba ya de una posición desahogada, y la contestación que dio al mensajero fue la siguiente:
—¿Y yo, qué tengo que ver con las trabacuentas de mi padre? Mirara mejor lo que hacía comprometiendo tan neciamente su hacienda, su porvenir y su honra: allá se las componga él en la cárcel, que yo bien me estoy con mi destino.
Este relato, que en la forma parece una mera ficción, pluguiera a Dios que no sucediera más de una vez en el mundo con hijos que, gozando de los bienes de sus padres, permiten que las almas de éstos estén en la cárcel del Purgatorio, negándose a pagar con sacrificios, limosnas y oraciones, la deuda que los autores de sus días tienen contraída con la divina Justicia...
Fray José Coll, Clamores de ultratumba, Barcelona 1900, cap. 29.