San Miguel ha querido, para utilidad del género humano, ejercitar las virtudes propias de los nueve coros angélicos: en efecto; él cuida de guardar y acompañar a las personas particulares, lo mismo que los Ángeles. Y advierte San Bruno, que debemos dar a este Arcángel infinitas gracias por habernos designado un Ángel de la guarda a cada uno de nosotros.
(Fray José Coll, Clamores de ultratumba)
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| El Greco, Ángel de Anunciación |
Santa Cecilia era una virgen romana de ilustre prosapia, y distinguida por su piedad, que había consagrado a Jesucristo su virginidad; pero habiendo resuelto su familia casarla con un joven patricio, llamado Valeriano, ella le llevó a su cuarto y le habló de esta manera:
—Excelente joven, sabe que tengo un secreto que confiarte, ¿juras guardarlo fielmente?
Valeriano lo prometió.
—Sabe, pues —continuó Cecilia—, que tengo por amigo un Ángel de Dios, que vela sobre mi cuerpo con gran cuidado; si ve que, en la cosa más mínima, te atreves a obrar conmigo por el arrebato de un amor sensual, pronto su fervor se encenderá contra ti, y, bajo los golpes de su venganza, sucumbirás en la flor de tu brillante juventud.
—Hazme ver este Ángel —respondió Valeriano —si quieres que yo crea en tu palabra.
Pero Cecilia le hizo comprender que no podría verlo más que con la condición de hacerse bautizar y de creer en Dios único que reina en los cielos. La presencia y la palabra de la joven virgen penetraron al joven de castos y saludables pensamientos. Obedeciendo a la voz de la gracia, accedió a esta proposición.
Ella le entregó un escrito dirigido al Papa Urbano, a quien el joven lo fue a encontrar en las catacumbas. El Papa, después de haberle puesto completamente en el camino de la salvación, le administró al joven el bautismo.
Animado Valeriano del ardiente deseo de ver al Ángel, corrió presuroso, vestido de la túnica blanca de los neófitos, y encontró a Cecilia donde la había dejado, haciendo oración. A su lado estaba un Ángel hermosísimo, cuyo rostro resplandecía como el sol. Su cuerpo estaba cubierto con los más vivos colores, y sus dos alas brillaban como si fuesen de purísimo fuego. Tenía dos coronas, una en cada mano, entrelazadas de rosas y azucenas, de las cuales colocó una sobre la cabeza de Cecilia, y otra sobre la de Valeriano, y les dijo:
—Es necesario que ustedes se hagan dignos, por la pureza de sus corazones y por la santidad de sus cuerpos, de conservar estas coronas: es del jardín del cielo de donde las traigo.
Los dos esposos se arrojaron de rodillas, alabando y bendiciendo al Señor.
Valeriano por su parte convirtió a su hermano Tiburcio a la fe cristiana, y desde que recibió el bautismo, apercibió al Ángel que estaba de pie al lado de Cecilia. Los tres murieron muy pronto después de haber recibido la corona del martirio.
Cfr. Rev. Alejo Romero, Mes de los santos ángeles, en que se exponen sus excelencias, prerrogativas y oficios, según las enseñanzas de la Sagrada Escritura, los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, Morelia 1893, págs. 53-55.
