A los mil Ángeles de guarda que le fueron asignados a la Santísima Virgen mientras vivió en este mundo, dice la Venerable Madre Agreda, en la 1.° parte, libro I, cap. XIV, n.° 205: "Y para disponer mejor este invencible escuadrón de Ángeles, fue señalado por su cabeza el príncipe de la milicia celestial San Miguel, que si bien no asistía siempre con la Reina, pero muchas veces la acompañaba y se le manifestaba. El Altísimo le destinó para que en algunos misterios, como especial embajador de Cristo Señor nuestro, atendiese a la guarda de su Santísima Madre."
(Fray José Coll, Clamores de ultratumba)
En el año 304 vivía en Roma una mujer llamada Aglae, noble y rica, que tenía sesenta y un intendentes, para gobernar sus inmensos bienes, cuyo jefe era un hombre perverso llamado Bonifacio con quien mantenía un comercio criminal.
Aglae movida a compunción llama un día a Bonifacio y le dice:
—Ya ves en qué pecados hemos caído, olvidando que hemos de comparecer un día en el tribunal de Dios. Oí decir a los cristianos que sirviendo uno a los santos que pelean por Jesucristo, tendrá un día parte en su reino. Acabo también de saber que varios siervos de Jesucristo sufren por Él grandes tormentos en Oriente, ve pues y traeme reliquias de santos mártires, a fin de que honrándolos y edificándoles oratorios, seamos salvos por su intercesión.
Parte Bonifacio con gran cantidad de oro para procurarse las reliquias y al marchar dice por chanza:
—Aglae, si hallo reliquias de santos las traeré; pero si vienen mis reliquias bajo el nombre de mártir, recíbelas.
—Déjate de locuras —contestó Aglae—, y piensa que vas a buscar reliquias de santos, que yo, pobre pecadora, te aguardo rogando a Dios todopoderoso que envíe su santo Ángel delante de ti, guíe tus pasos y cumpla mis designios, sin acordarse de mis pecados.
Marcha Bonifacio, llega a la ciudad de Tarso, donde martirizaban a varios cristianos, los ve en los más horribles tormentos en número de veinte. Se acerca Bonifacio a ellos, y besándolos con respeto exclama:
—Grande es el Dios de los mártires, los suplico encarecidamente, oh siervos de Jesucristo, que rueguen por mí, a fin de que entre con ustedes en el combate que sostienen contra el demonio.
Lo advirtió el gobernador y dijo enfadado:
—¿Quién es ese que se burla de los dioses y de mí? Que le prendan y presenten a mi tribunal.
Lo cual hecho:
—¿Quién eres tú —dice—, que así desprecias el resplandor de mi dignidad?
Bonifacio responde:
—Soy cristiano y desprecio tus falsos dioses.
El juez de nuevo le pregunta:
—¿Cómo te llaman?
—Bonifacio —contestó—. Ya te lo he dicho, soy cristiano y si quieres saber mi nombre, me llaman Bonifacio.
Enfurecido entonces el juez, hizo que le aplicaran varios tormentos, entre ellos hacerle beber plomo derretido y arrojarle en una caldera de pez hirviendo, no habiéndole sucedido ningún mal, por lo cual espantado el gobernador mandó que le cortaran la cabeza, procurándole así la corona del martirio.
Entre tanto los compañeros buscaban a Bonifacio, y sabiendo que lo han martirizado rescatan su cuerpo, el cual después de embalsamado y envuelto en lienzos preciosos lo ponen en una litera y emprenden su viaje, alabando a Dios por tan feliz suceso.
En esos momentos apareció un Ángel a Aglae y le dijo:
—El que era tu esclavo es ahora nuestro hermano; recíbele como a tu señor y colócale dignamente: los pecados te serán perdonados por su intercesión.
Se levanta ella prontamente, reúne eclesiásticos piadosos y llevando todos cirios y perfumes, salen al encuentro de las santas reliquias.
Hizo luego edificar un oratorio digno del santo mártir, donde se obraron muchos milagros; y renunciando Aglae para siempre al mundo, se consagró enteramente al servicio de Jesucristo hasta su muerte.
Cfr. Rev. Alejo Romero, Mes de los santos ángeles, en que se exponen sus excelencias, prerrogativas y oficios, según las enseñanzas de la Sagrada Escritura, los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, Morelia 1893, págs. 60-63.
