La Eucaristía es en el mundo espiritual lo que el sol en el mundo físico; pues así como en este todo gravita hacia el hermoso astro, cuya luz y cuyo color derraman por todas partes la vida y la fecundidad; en aquel todo gravita hacia la Eucaristía. Por ella la creación entera, que dimana continuamente del seno del Criador, vuelve continuamente a él. Abrid los ojos y veréis el cumplimiento de esta ley misteriosa.
(J. Gaume, Catecismo de perseverancia, t. 1, p. 60)
En los primeros siglos de la Iglesia se permitía a los fieles, cuando habían de emprender un peligroso viaje, llevar consigo la Sagrada Eucaristía.
En cierta ocasión. Sátiro, hermano del gran obispo Ambrosio, se embarcó en Italia con rumbo a las solitarias playas de África. La nave se deslizaba sobre la superficie del mar. cuando de pronto cedió la brisa, siguiéndose una calma precursora de gran tempestad. El cielo limpio y diáfano fue empañándose más y más. y un continuo relampaguear indicaba fraguarse la tormenta amenazadora.
Fue tomando cuerpo y cerrando los horizontes la nube plomiza de la tormenta que al pasar por el cénit rompió como si el fuego expansivo de un volcán se encerrase en sus entrañas.
El mismo mar, antes espejo transparente y fiel trasunto de la limpidez y serenidad del cielo, se mostraba turbio y embravecido ahora, barriendo en sus oleadas de hirviente espuma, la cubierta del barco, que amenazaba sepultar en los abismos. En lucha tan gigantesca se deshace por momentos el bajel, y Sátiro al darse cuenta del inminente peligro no quiere morir privado del santo Misterio, por lo cual se dirige presuroso a los cristianos compañeros suyos de viaje rogándoles le concedan el poder llevar consigo la Prenda divina, objeto de su mayor consuelo: y aun cuando por ser catecúmeno no le era licito ni siquiera ver la Sagrada Eucaristía, sin embargo, debido a sus muchas instancias, logra al fin la gracia suspirada de llevarla encima el pecho envuelta en un blanco y finísimo lienzo.
Al verse en posesión del Tesoro de los cielos se tiene Sátiro por feliz y dichoso, y mucho más al sentir en su alma una confianza ilimitada en la virtud del Sacramento, de suerte que en el mismo instante del naufragio se arroja decidido al mar, y sin ayuda de ninguno de los restos de la nave, a los que se asían fuertemente los demás tripulantes, experimenta el manifiesto milagro de andar por encima de las aguas como si estuviese en tierra firme, y llega el primero a la hospitalaria playa de Cerdeña.
Persuadido Sátiro que el Santísimo Sacramento le había tan milagrosamente salvado, creyó que mayores favores recibiría cuando lo albergase en su pecho, y determinó cuanto antes recibir el santo Bautismo.
San Ambrosio refirió este prodigio en la oración fúnebre que pronunció en Milán con motivo de las solemnes exequias de su difunto hermano San Sátiro.
La Iglesia honra su memoria el día 17 de septiembre.
(Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia, libro 36)