Con la mansedumbre y paciencia debe insistir el cristiano en obrar bien y vencer las dificultades de la virtud, pues ha de ser remunerado eternamente su trabajo leve. Todo lo que se padece en esta vida es regalo respecto de lo que se padece en la otra. ¿Quién, viendo el infierno abierto, sin tener fondo el abismo de sus males, no llevará con paciencia el rigor de la penitencia, y con mansedumbre la sinrazón de la injuria, sin turbarse por nada la paz interior del alma, atendiendo únicamente, por fuego y por agua, a obrar bien y agradar a su Redentor? ¿Quién, viendo el Cielo que le aguarda, no se animará con grande regocijo a hacer mucho y padecer por Dios con mucho fervor y aliento?
J. E. Nieremberg, Diferencia entre lo temporal y lo eterno
Así, un día, el que estaba a cargo del gobierno del monasterio tras la muerte del venerable Honorato estalló en violenta cólera contra el venerable Libertino, hasta el punto de llegar a poner sus manos sobre él. Y al no encontrar ninguna vara con la que poder sacudirle, tomando un escabel de los que se usan para poner los pies, le golpeó la cabeza y la cara y dejó todo su rostro hinchado y amoratado. Y él, violentamente maltratado, se retiró en silencio hacia su lecho.
Pero al día siguiente estaba concertado un negocio relativo a los intereses del monasterio. Así pues, al terminar los himnos matutinos, Libertino se llegó hasta el lecho del abad y le pidió humildemente su bendición. Y conociendo aquél lo mucho que todos lo honraban y querían, creyó que quería marcharse del monasterio a causa de la afrenta que le había inferido, y le preguntó lo siguiente:
—¿A dónde quieres ir?
Y él le respondió:
—Padre, está concertado un negocio del monasterio que no puedo dejar de atender, y puesto que ayer me comprometí a que iría hoy, he determinado ir allí.
Entonces él, considerando desde el fondo de su corazón su severidad y dureza, al tiempo que la humildad y mansedumbre de Libertino, saltó fuera del lecho, abrazó los pies de Libertino y reconoció que él había pecado, que él era culpable por haber osado cometer una afrenta tan cruel sobre un varón de tantas y tan excelsas prendas. Pero Libertino, a su vez, prosternándose en tierra y echándose a sus pies, replicaba que lo que había recibido había sido por su culpa, no por la crueldad de él.
Y de este modo vino a ocurrir que una gran mansedumbre se adueñó del abad y que la humildad del discípulo se convirtió en maestra del maestro.
Y habiendo marchado a atender aquel negocio relativo a los intereses del monasterio, muchos nobles y distinguidos varones, que le honraban mucho en toda ocasión, fuertemente extrañados, le preguntaban con inquietud qué era aquello, que tenía el rostro tan hinchado y amoratado. Y él les decía:
—Ayer tarde, por culpa de mis pecados, choqué con un escabel de los que se usan para los pies y me hice esto.
Y de ese modo el santo varón, preservando en su corazón el respeto de la verdad, al tiempo que el de su maestro, ni revelaba la falta del abad ni incurría en el pecado de la mentira.
(San Gregorio Magno, Diálogos I, 2, 9-11)