El demonio nos aborrece más de lo que se puede decir ni pensar. Es tan rabioso enemigo nuestro, que cuando no puede hacernos caer en culpas, por lo menos nos procura toda la pena que puede.
(Rev. José Coll, Clamores de ultratumba)


Por esa misma época también [del rey ostrogodo Totila], el demonio había poseído a un clérigo de la Iglesia de Aquino. El venerable varón Constancio, obispo de su Iglesia, lo había llevado por muchos santuarios de mártires para que pudiera ser sanado por ellos. Pero los santos mártires de Dios no quisieron otorgarle el don de la curación, a fin de mostrar la gracia tan grande que había en Benito.

Condujeron, pues, al clérigo hasta el siervo de Dios todopoderoso Benito, el cual, derramando súplicas al Señor Jesucristo, al instante expulsó al viejo enemigo del hombre poseso. Y una vez sanado, le ordenó lo siguiente:

«Vete y en adelante no comas carne y no oses nunca acceder a las sagradas órdenes. El día que oses profanar las sagradas órdenes, al punto serás entregado nuevamente como esclavo a la jurisdicción del diablo».

Así pues, el clérigo se marchó curado. Y como los sufrimientos recientes suelen amedrentar el espíritu, durante un tiempo cumplió lo que el hombre de Dios le había ordenado.

Pero, pasados muchos años, habiendo partido de este mundo ya todos los que eran mayores que él y viendo que los que eran más jóvenes se le adelantaban en el acceso a las sagradas órdenes, menospreció las palabras del hombre de Dios, como si después de pasado tanto tiempo las hubiera olvidado, y accedió a las sagradas órdenes.

Y enseguida el diablo que había salido de él lo volvió a poseer, y no dejó de atormentarlo hasta quitarle la vida.

San Gregorio Magno, Diálogos II, 16, 1-2.