Con ser tan poco y tan deleznable el tiempo, tiene una cosa preciosísima, que es ser ocasión de la eternidad. Pues podemos ganar en poco tiempo lo que hemos de gozar eternamente, por lo cual es de inestimable valor. Por eso cuando San Juan dijo: "El tiempo está cerca", en el griego original se dice: "La ocasión está cerca". Porque el tiempo de esta vida es la ocasión de ganar la eterna y en pasándose no tendrá remedio ni esperanza de él. Procuremos emplearlo bien y no perder la coyuntura de bien tan grande. Su pérdida sería irreparable y la lloraríamos con eterno llanto.
Hubo un varón de vida venerable llamado Bonifacio, que ocupó la dignidad del obispado en la ciudad de Viterbo y que enalteció dicho cargo con su conducta.
[La ciudad de Viterbo se corresponde con la antigua ciudad de Ferentis, se halla en la actual región del Lacio, a unos 100 kilómetros al noroeste de Roma]
El presbítero Gaudencio, que vive todavía, cuenta muchos milagros suyos. Habiéndose criado a su servicio, puede hablar él sobre los hechos de su vida tanto más verazmente cuanto que le tocó participar también en ellos.
(...) El presbítero Constancio, su sobrino [del obispo Bonifacio], vendió su propio caballo por doce escudos y los depositó en su caja de caudales. Luego se fue a hacer unas tareas.
De improviso, vinieron al obispado unos pobres. Le rogaban importunamente al santo varón, el obispo Bonifacio, que les diera algo para aliviar su miseria. Pero el hombre de Dios no tenía nada que pudiera ofrecerles. Comenzó a pensar y dar vueltas en su cabeza para que los pobres no salieran de allí con las manos vacías. Y entonces le vino de repente a la memoria que su sobrino, el presbítero Constancio, había vendido el caballo que solía montar, y que en su caja de caudales tendría el dinero de la venta.
Así pues, en ausencia de su sobrino, se dirigió a la caja de caudales y con piadosa violencia rompió el candado de la caja. Tomó los doce escudos y los repartió entre los indigentes como mejor le pareció.
[Tanto los obispos como los abades de los monasterios tenían entre sus obligaciones la de remediar las necesidades materiales (ropa, comida, dinero, etc.) de los necesitados que acudían a ellos, ya fueran pobres, peregrinos, viajeros, cautivos, etc.]
Al volver el presbítero Constancio de sus tareas, halló forzada la caja de caudales y no encontró el dinero de la venta del jamelgo [caballo flaco y desgarbado, por hambriento] que había depositado en ella. Empezó a chillar a grandes voces y a gritar con furia desaforada:
—Todos viven aquí, solamente yo no puedo vivir en esta casa.
A sus voces, acudió el obispo y todos los que se encontraban en el obispado. Y habiendo intentado el hombre de Dios calmarlo con suaves palabras, empezó él a responderle con malos modos, diciéndole:
—Todos viven contigo; aquí solamente yo no puedo vivir en tu presencia. Devuélveme mis monedas de oro.
El obispo se turbó por tales voces. Entró en la iglesia de Santa María siempre Virgen. Permaneciendo allí de pie, empezó a implorarla, con las manos en alto y extendidas sus vestiduras. La pedía que le concediera el modo con el que poder apaciguar la locura del furioso presbítero. Y al volver de improviso los ojos hacia las vestiduras que estaban entre sus brazos extendidos, de repente encontró entre sus pliegues doce escudos, tan refulgentes como si en ese mismo instante los hubieran sacado del fuego. Salió enseguida de la iglesia. Arrojó las monedas en la bolsa del furioso presbítero. Le dijo:
—Aquí tienes las monedas de plata que has reclamado. Pero que sepas esto, que tras mi muerte ni no serás obispo de esta iglesia, a causa de tu avaricia.
Y de la verdad de esta sentencia se colige que el presbítero preparaba aquellas monedas de oro para conseguir el obispado...
[Las palabras del presbítero denuncian la práctica en la época de la «simonía» o compra de los cargos eclesiásticos. Implícitamente puede hablarse también de «nepotismo», pues todo parece indicar que estaba previsto que el sobrino sucediera al tío en el cargo.]
...Pero prevalecieron las palabras del hombre de Dios, pues Constancio terminó sus días en su cargo de presbítero.