Sábete que no viene la muerte tras ti con zapatos de plomo; alas trae, y volando viene a buscarte con tanta celeridad, que no se puede imaginar mayor. No sólo excede a las aves del aire, pero ni hay pieza de artillería disparada que con más furia se mueva, que ella corre por todas partes, y no te dejará de alcanzar.
J. E. Nieremberg, Diferencia entre lo temporal y lo eterno


Así, en tiempos de los godos, al oír su rey Totila...

[Rey de los ostrogodos; conquistó gran parte de Italia y sus islas, guerreando contra el emperador bizantino Justiniano I en la península itálica durante los once años de su reinado (541-552). ] 

...que el santo varón poseía el espíritu de la profecía, dirigiéndose a su monasterio se detuvo no muy lejos de él y le anunció que tenía la intención de visitarlo. Y habiéndosele indicado enseguida desde el monasterio que viniera, Totila, como era pérfido de espíritu, intentó comprobar si el hombre del Señor [Benito de Nursia] poseía verdaderamente el espíritu de la profecía.

Tenía él un escudero llamado Rigo, al cual le ofreció su propio calzado e hizo que se vistiera con los ropajes regios, ordenándole que se dirigiera al hombre de Dios como si fuera su propia persona. Y como séquito envió a los tres condes que solían estar siempre con él más que todos los demás, a saber, Wulderico, Rodrigo y Blidin, para que marcharan a su lado fingiendo ante los ojos del siervo de Dios que aquel Rigo era el propio rey Totila. Y le proporcionó también otros acompañantes y escuderos, para que tanto por el séquito como por los ropajes de púrpura se pensara que era el rey.

Y cuando Rigo, engalanado con los ropajes regios, acompañado por un numeroso cortejo de súbditos, entró en el monasterio, el hombre de Dios se hallaba sentado a bastante distancia. Y viéndole venir, cuando ya podía ser oído por él, le gritó diciendo:

—Quítate eso que llevas, hijo, quítatelo, porque no es tuyo.

Y Rigo cayó inmediatamente a tierra y tuvo miedo de haber pretendido engañar a un varón tan excelso, y todos los que venían con él a ver al hombre de Dios cayeron derribados a tierra. Y al levantarse no osaron en modo alguno acercarse a él, sino que volviéndose hacia su rey le contaron, todo temblorosos, cuan rápidamente habían sido descubiertos.

***

Entonces el propio Totila en persona se dirigió al hombre de Dios.

[La llegada de Totila al monasterio de san Benito ha de situarse, según el contenido de la profecía que se hace a continuación, en los comienzos de su reinado, hacia el año 542.]

Y al verlo sentado a lo lejos, no atreviéndose a acercarse a él, se echó al suelo. Y tras decirle el hombre de Dios dos y tres veces «levántate», y no atreviéndose él a alzarse del suelo en su presencia, Benito, el siervo del Señor Jesucristo, tuvo a bien acercarse él mismo al rey, que se hallaba postrado. Lo alzó del suelo, le reprendió sus acciones y le predijo en pocas palabras todo lo que habría de sucederle en el futuro, diciéndole:

—Cometes muchas atrocidades, has cometido muchas atrocidades. Cesa ya de una vez en tu maldad. Ciertamente llegarás a entrar en Roma, atravesarás el mar, reinarás durante nueve años y al décimo morirás.

[A propósito de esta primera profecía de san Benito hay que decir que Totila conquistó Roma dos veces (en 546 y 550), atravesó el mar para conquistar las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña, y murió en el año 552, derrotado y herido a manos de Narsés, general de Justiniano, en la batalla de Busta Gallorum.]

Tras oír esto, el rey, sumamente asustado, después de pedirle su bendición, se retiró, y desde aquel día fue ya menos cruel.

No mucho después entró en Roma, se dirigió a Sicilia y en el décimo año de su reinado, por decisión de Dios todopoderoso, perdió el reino junto con la vida.

El obispo de la Iglesia de Canosa, a quien el hombre de Dios tenía en gran estima por los muchos méritos de su vida, solía ir a visitar al siervo del Señor. Pues bien, charlando dicho obispo con él acerca de la entrada del rey Totila y el saqueo de la ciudad de Roma, le dijo:

—Esta ciudad será destruida por este rey, hasta el punto de que no volverá ya a ser habitada.

Y el hombre del Señor le respondió:

—Roma no será aniquilada por los bárbaros, sino que languidecerá ella misma acuciada por los temporales, los rayos, los huracanes y los terremotos.

El misterio de esta profecía se nos ha hecho ahora a nosotros más claro que la luz del sol, a nosotros que vemos en esta ciudad las murallas destrozadas, las casas derruidas, las iglesias destruidas por la fuerza de los vientos, a nosotros que vemos cómo los edificios, agotados por una larga decrepitud, se desmoronan abatidos por derrumbes cada día mas frecuentes.

[Segunda profecía de Benito cumplida: Roma no llegó a ser derruida por el rey Totila, a pesar de haberla asaltado dos veces, sino por la acción del paso del tiempo y los fenómenos atmosféricos y telúricos.]

Aunque su discípulo Honorato —por cuyo relato tuve noticia de esto— afirma que él no llegó a oír estas palabras de su boca, asegura, no obstante, que los hermanos le dijeron que él había dicho eso.

San Gregorio Magno, Diálogos II, cap. 14-15.