Dios Omnipotente, Señor de cielos y tierra, dígnate escuchar a este tu siervo que con temor y con temblor se atreve a hablarte. Conozco muy bien, Señor, que aun cuando merced a tu adorable clemencia y a los méritos infinitos de mi Señor Jesucristo, yo vil y miserable criatura llegue un día a salvarme, no puede menos de amenazarme un purgatorio, ¡oh cuán temeroso y dilatado! un purgatorio de millares de años quizá; quizá, quizá hasta el día del juicio universal. ¿Qué haré, triste de mí, para librarme de aquel fuego? ¿Se acordarán por ventura de este pobre pecador aquellos que me sobrevivirán?
(cfr. Fray José Coll, Clamores de ultratumba)
En cierta ocasión también, nuestro querido Exhilarato, al que tú conociste tras su conversión a la vida de piedad, fue enviado por su señor a llevar al hombre de Dios al monasterio dos recipientes de madera llenos de vino, esos que vulgarmente se llaman "barriles'. El criado le llevó uno, pero el otro lo escondió durante el viaje.
El hombre de Dios, a quien no se le podían ocultar los hechos producidos en su ausencia, tomó el único recipiente dándole las gracias, y avisó al criado cuando se marchaba diciéndole:
«Hijo, guárdate de beber del barril que has escondido: inclínalo con mucho cuidado y encontrarás lo que tiene dentro».
Se alejó él muy turbado del hombre de Dios. En el camino de vuelta, quiso comprobar lo que había oído. Y he aquí, al inclinar el barril, salió al punto de él una serpiente.
Entonces el mencionado criado Exhilarato, al encontrar lo que encontró en el vino, se asustó mucho del pecado que había cometido.
(San Gregorio Magno, Diálogos II, 18)