Ya hemos visto que cada demonio pecó con una intensidad determinada. Además cada demonio pecó en uno o varios pecados en especial. La rebelión tuvo su raíz en la soberbia, pero de esa raíz nacieron otros pecados. Eso en los exorcismos se ve con gran claridad, hay unos demonios que pecan más de ira, otros de egolatría, otros más de desesperación, etc. Cada demonio tiene su psicología, su forma de ser particular. Los hay locuaces, los hay más despectivos, en uno brilla de un modo especial la soberbia, en otro el pecado del odio, etc. Aunque todos se apartaron de Dios, unos son más malos que otros.
Rev. José Antonio Fortea, Summa Daemoniaca, p. 22.


Un día, [Eleuterio, abad del monasterio de San Marcos Evangelista de Espoleto], cuando iba de viaje, no habiendo sitio alguno para retirarse cuando se le echó encima la noche, se llegó a un monasterio de monjas, en el cual había un niño pequeño a quien el espíritu maligno solía atormentar todas las noches. Las religiosas, cuando acogieron al hombre de Dios, le rogaron lo siguiente: 

—Padre, que este niño se quede esta noche contigo. 

Él lo aceptó de buen grado y permitió que el niño yaciera con él aquella noche. 

Al llegar la mañana, las religiosas se pusieron a preguntarle al padre muy diligentemente si esa noche le había sucedido algo al niño que le habían entregado. Y él, sorprendido de que le preguntaran eso, les respondió: 

—Nada. 

Entonces ellas le informaron sobre el caso del niño y le manifestaron que el espíritu maligno no se apartaba de él ninguna noche, rogándole encarecidamente que se lo llevara consigo a su monasterio, porque ellas no podían ver por más tiempo el sufrimiento de aquél. El anciano consintió y se llevó al niño a su monasterio. 

Y tras haber estado el niño durante mucho tiempo en el monasterio sin que el viejo enemigo se hubiera atrevido en modo alguno a acercarse a él, el alma del anciano se dejó llevar en demasía por la alegría a propósito de la salud del niño. Y así, reunidos los hermanos en su presencia, les dijo: 

—Hermanos, el diablo se burlaba de las hermanas. Pero, cuando se ha acudido a los siervos de Dios, ya no se ha atrevido a acercarse a este niño. 

Tras estas palabras, en el mismo momento y hora, el diablo, introduciéndose en el niño, lo atormentó delante de todos los hermanos. 

Al ver esto, el anciano se entregó de inmediato a la aflicción. Y queriendo consolarlo los hermanos tras haber estado llorando él durante mucho tiempo, les respondió lo siguiente: 

—Créanme: hoy no entrará pan en la boca de ninguno de ustedes, si este niño no es arrancado de las garras del demonio. 

Entonces se postró en oración con todos los hermanos y no dejaron de rezar hasta que el niño sanó de su tormento. Y sanó tan completamente que el espíritu maligno en adelante no tuvo ya el atrevimiento de acercarse a él.

PEDRO. Creo que, por haberse apoderado de Eleuterio algo de orgullo, Dios todopoderoso quiso que sus discípulos fueran fautores de aquel prodigio. 

GREGORIO. Así es. No pudo, en efecto, cargar él solo con el peso del milagro. Lo compartió con los hermanos y de ese modo cargó ya con él.

(San Gregorio Magno, Diálogos III, 33, 2-6)