Hace un momento te quejabas de que tú no viste salir el alma del cuerpo de un muerto. Pero eso fue ya un error en sí mismo: el querer ver algo invisible con los ojos corpóreos. Ahora bien, muchos de los nuestros, tras purificar los ojos del espíritu con una fe pura y una abundante oración, a menudo vieron salir las almas del cuerpo. Por eso, es preciso que yo te cuente ahora cómo fueron vistas salir dichas almas, o qué grandes cosas vieron las almas mismas mientras salían, a fin de que esos ejemplos logren persuadir a tu ánimo vacilante, ya que la razón no puede hacerlo plenamente.
San Gregorio Magno, Diálogos IV, 7


Tampoco voy a pasar en silencio lo que el siervo de Dios Probo, anteriormente mencionado, solía contarme acerca de su hermana, una niña pequeña llamada Musa.

Decía él que la santa Madre de Dios, la Virgen María, se le apareció a ella una noche en sueños y le mostró a unas niñas de su misma edad vestidas de blanco. Y como deseara juntarse, pero no se atreviera a unirse a ellas, oyó la voz de santa María siempre Virgen que la preguntaba si quería estar con las niñas y vivir al servicio de Ella. Y al decirle la niña «sí, quiero», inmediatamente recibió de Ella el encargo de que en adelante no se comportara de un modo ligero ni infantil, que se abstuviera de risas y juegos, sabiendo con toda seguridad que ella habría de entrar a su servicio, junto a las vírgenes que había visto, en el plazo de treinta días.

Tras este sueño, la niña experimentó un cambio total en su comportamiento e hizo desaparecer de ella toda la ligereza anterior de su vida infantil, adoptando una gran seriedad. Y como sus padres, sorprendidos de que hubiera experimentado tal cambio, le preguntaran la causa, ella refirió lo sucedido: les reveló lo que le había ordenado la santa Madre de Dios v en qué día habría de marchar ella para entrar a su servicio.

A los veinticinco días se apoderaron de ella unas fiebres. Y a los treinta días, al aproximarse ya la hora de su muerte, vio venir hacia ella a la santa Madre de Dios, en compañía de las niñas que había visto en el sueño. Y al llamarla Ella, la niña le respondió y exclamó con voz alta y clara, bajando reverentemente los ojos:

—Ya voy, Señora. Ya voy, Señora.

Y en mitad de tales palabras exhaló su espíritu y salió de su cuerpo virginal para ir a morar con las santas vírgenes.

San Gregorio Magno, Diálogos IV, 18, 1-3