Después de estas palabras, fue levantado en presencia de ellos y una nube lo ocultó de su vista. 
(Hechos 1, 9)

Un niño de once años se está muriendo de cáncer en el hospital. Toda la familia está reunida alrededor de la cama del paciente. En un momento, se produce la siguiente conversación entre el niño enfermo y su padre incrédulo:

—No te preocupes, cariño —dice el padre, queriendo consolar a su hijo—, ya verás, todo terminará bien. Volverás a la escuela y jugarás al fútbol con tus amigos.

Entonces el niño respondió:

—Papi, yo sé que no voy a vivir. De todos modos, no quiero estar aquí por más tiempo. Creo que después de la muerte iré al cielo donde veré al Señor Jesús, y estoy muy feliz por eso.

Estas palabras conmocionaron al padre incrédulo. Preguntó con lágrimas en los ojos:

—Hijo, ¿estás seguro de que el Señor Jesús estará allí?

—Por supuesto, —el niño respondió—: Porque donde está el Señor Jesús, allí está el cielo.