Niños mal inclinados pagan caro por sus Travesuras
—¿Debemos temer ofender a Dios?
—Sí, porque detesta el pecado y castiga a los que lo cometen.
El cura de una parroquia, cerca de París, refiere el caso siguiente, de que fue testigo ocular:
Preparaba —dice— yo mismo algunos niños para hacer su primera Comunión. Había dos entre ellos que, mal inclinados, sin instrucción y sin piedad, disipaban a sus compañeros. Reconvenidos muchas veces, me vi en la necesidad de despedirlos de la iglesia. Salieron del templo corriendo y murmurando. Se dirigieron al cementerio y se quedaron junto a sus murallas para jugar y ofender a Dios.
Un hombre que pasaba por allí, al oírles palabras demasiado descompuestas, se detuvo a reprenderlos. Pero en vano, pues se burlaron de él y de sus consejos.
Apenas este hombre había andado unos quince pasos, cuando sintió un gran ruido seguido de gritos y lamentos. Se vuelve y ve con asombro que —derribándose una de las murallas del cementerio— ha sepultado bajo sus escombros a aquellos desgraciados niños, ahora cadáveres y horriblemente mutilados.
Camilo Ortúzar, Catecismo en ejemplos. El Credo y la Oración, 2° Edición, París 1888, págs. 24-25.
