La calma del anciano: La sonrisa que vence a la muerte 

La muerte es un fenómeno mucho más aparente que real. Afecta al cuerpo únicamente, pero no al alma. El alma es inmortal, y el mismo cuerpo muere provisionalmente, porque un gran dogma de la fe católica nos dice que sobrevendrá en su día la resurrección de la carne. De manera que, en fin de cuentas, la muerte en sí misma no tiene importancia ninguna: es un simple tránsito a la inmortalidad. — Pero ahora nos sale al paso otro problema formidable. Y ése sí que es serio, señores, ése sí que es terrible: el problema del juicio de Dios.

—Antonio Royo Marín

Pintura que muestra a un ángel custodio elevando el alma de un anciano en su lecho de muerte, mientras su familia y un sacerdote observan.

El legado de una vida virtuosa: Una vida de fe y prueba

Don Felipe era un hombre sencillo, pero conocido en todo el pueblo por su bondad y su inquebrantable fe. A lo largo de su vida, no le faltaron los desafíos. A los cuarenta, una plaga se llevó la mitad de su ganado y un incendio arrasó con sus cosechas. Poco después, perdió a su hija menor, lo que fue el dolor más grande que conoció. A pesar de todo, nunca renegó de Dios. En cada adversidad, en lugar de quejarse, se dedicaba a ayudar a sus vecinos, compartiendo lo poco que le quedaba, siempre con una sonrisa y una oración en los labios. Su paciencia, su caridad y su paz interior eran un testimonio vivo para todos. Al llegar a su vejez, su cuerpo se había vuelto frágil, pero su espíritu era más fuerte que nunca.

La dulce sonrisa final

Un anciano pobre, ya muy enfermo y a punto de morir, había reunido a toda su familia y a varios amigos junto a su cama. La calma y la resignación se veían en su rostro. Tenía los ojos cerrados, y cualquiera hubiera pensado que dormía tranquilo, si no fuera por una dulce sonrisa que pasó tres veces por sus labios.

En medio de la tristeza, uno de sus hijos le preguntó por qué estaba tan contento y sonreía de esa manera.

El secreto de su alegría

—La primera vez —dijo el anciano con voz muy débil—, pensé en los placeres pasajeros de este mundo. Y no pude evitar reírme de la locura de la mayoría de la gente, que no deja de correr tras ellos. La segunda vez, recordé las penas que me cayeron encima y me alegré al ver que estaban a punto de convertirse en una felicidad eterna. La tercera vez, sin creerme del todo puro a los ojos de Dios, me puse a pensar en la muerte, que aterra a la gente. Y sonreí al ver a mi ángel de la guarda extendiendo sus alas brillantes para llevar mi alma hasta el trono de Dios.

Al decir estas últimas palabras, el anciano, que había vivido una vida buena, murió.

La lección final

—Tomémoslo como ejemplo —añadió un sacerdote respetado que lloraba junto con todos los que estaban allí—. Así también nosotros podremos dar nuestro último suspiro con una sonrisa.

La muerte no tiene nada de terrible ni amargo para quienes siempre fueron buenos y sabios.

Fuente: Miguel Pratmans, El catecismo en ejemplos, o la doctrina católica, explicada con más de 650 hechos históricos, parábolas y comparaciones, Barcelona 1857, núm. 110.