NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES Y LA CONVERSIÓN DE UN PECADOR
Nada
ocurre en el tiempo que Dios no haya preparado desde la eternidad. Ahora bien,
la Virgen Santísima ha sido en el tiempo verdadera Madre del Creador y
verdadera Madre de las criaturas. Es claro entonces que Dios la predestinó desde
la eternidad a esta singular misión. Esta misión la une íntima e
indisolublemente al Hombre-Dios-Mediador. Y la pone por eso en un orden aparte,
incomparablemente superior a aquel en que se mueven todas las demás criaturas.
— Esto supuesto, es difícil comprender que Dios no se haya en absoluto
preocupado de escoger una Madre a su Hijo divino, Mediador universal, en el
momento en que anunció la Redención del género humano en el Paraíso terrestre.
Y mucho menos, cuando la realizó en el tiempo, habiéndola [a su Madre] ya
escogido desde toda la eternidad. Desde entonces estaba Ella presente como
Madre universal, en su pensamiento divino.
Gabriel M. Roschini OSM
Este
ejemplo no está en los libros. Me lo ha referido un sacerdote compañero mío.
Eso le ocurrió a él mismo.
Este sacerdote
estaba confesando en una iglesia. No se dice por prudencia el nombre de la
ciudad, aunque el penitente dio licencia para publicar su caso.
Se colocó al
frente de él un joven que parecía titubear entre confesarse y no confesarse. Lo miró el padre varias veces. Al fin lo llamó y le preguntó si deseaba
confesarse. Respondió que sí. Pero como la confesión parecía que iba a ser larga,
el confesor se fue con él a una habitación aislada.
El penitente
comenzó por decirle que era un noble forastero, y que no comprendía cómo Dios
le podía perdonar con la vida que había llevado. Además de los incontables
pecados deshonestos, homicidios y demás, le dijo que había desesperado de su
salvación. Entonces se había dedicado a pecar, no tanto por satisfacción,
cuanto por desprecio a Dios y por el odio que le tenía.
Dijo que poco
antes, esa misma mañana, había ido a comulgar. Pero, ¿para qué quería
comulgar? A saber, quiso comulgar para pisotear la hostia consagrada; y que en
efecto, habiendo comulgado iba a ejecutar su horrendo pensamiento. Pero no pudo
hacerlo porque le veía la gente. Y en ese momento entregó al sacerdote la santa
hostia envuelta en un papel...
Le contó después
que pasando por delante de aquella iglesia, había sentido un impulso muy grande
de entrar. Y que no pudiendo resistir había entrado. Después le había acometido
un gran remordimiento de conciencia con un deseo confuso de confesarse. Por eso
se había puesto ante el confesionario. Pero estando allí era tanta su confusión
y desconfianza que quería marcharse. Sin embargo, parecía como si alguien le
retuviera a la fuerza.
—Hasta que usted,
padre, me llamó. Ahora me encuentro aquí para confesarme, pero no sé cómo.
El padre le
preguntó si había tenido alguna devoción a la Virgen María durante ese tiempo.
Porque tales golpes de conversión no suceden sino por las poderosas manos de
María.
—¿Qué devoción
podía yo tener? Nada, padre, yo estaba condenado.
Pero metiendo luego la mano en el pecho, notó que tenía ahí el escapulario de la Virgen dolorosa.
—Hijo —continuó el
confesor—, ¿no ves que la Virgen es la que te ha otorgado esta gracia? Y has de
saber que esta iglesia está consagrada a la Virgen.
Al oír esto el
joven, se enterneció. Comenzó a compungirse y a llorar. Mientras arrepentido
manifestaba sus pecados, creció a tal punto su contrición y llanto que se
desmayó. El padre lo reanimó
y finalmente acabó la confesión.
Lo absolvió con
gran consuelo y del todo contrito. Resuelto a cambiar de vida, el joven
caballero se despidió para volver a su patria.
Dio permiso al
confesor para anunciar públicamente la gran misericordia que con él había
tenido María.
(San Alfonso de Ligorio)