Cuán instructiva es, para el alma cristiana, la actitud de los incrédulos y de los extraviados. Ninguno hay que no haya oído hablar de las curaciones de Lourdes. Un supremo interés de verdad y de salvación está vinculado a su comprobación. Se convida a los incrédulos a que vayan a comprobarlos. Y, sin embargo, cuán pocos se preocupan de ello. Cuántos se contentan con negar de antemano. Triste y deplorable indiferencia. Pero ella nos da a comprender, por otra parte, cómo el Señor pudo en su vida mortal multiplicar los prodigios, y no hallar, sin embargo, en muchos israelitas sino escéptica indiferencia, burlas y hasta verdadera hostilidad. ¡Oh qué gracia la de poseer un corazón dócil!

Rev. Arthur Vermeersch


Había en Francia un niño piadoso que padecía una enfermedad terminal: su cuerpo estaba cubierto de llagas supurantes. Su padre, un comunista impenitente, odiaba la Iglesia de Cristo. Su madre siguió a su marido ateo y no practicaba su fe desde hacía varias décadas. El sueño del niño era una peregrinación a Lourdes. El papá, incrédulo, se mantuvo al margen durante mucho tiempo, pero finalmente lo permitió. Sin embargo, prohibió categóricamente mencionar el nombre de Dios delante de él.


Entonces el enfermo y su madre llegaron al santuario. El niño fue ingresado en el hospital bajo la supervisión de una enfermera. A pesar de bañarse en el manantial milagroso, su condición no mejoraba. El corazón de la madre sangraba y estaba perdida en pensamientos tristes. Al tercer día, finalmente cobró fuerzas. Lamentó amargamente sus años de impiedad. Se confesó y recibió la comunión. Durante este tiempo, el niño le confesó a la enfermera por qué había venido a Lourdes: ¡por la conversión de su madre, la prefirió a su propia curación!


¡Cuán grande fue su alegría al saber que ella había recibido los santos sacramentos! No vivió mucho después de regresar a casa después tras la peregrinación. El padre incrédulo lloró amargamente sobre el ataúd de su hijo. El rostro del difunto estaba sereno, expresando una paz fuera de este mundo. De repente el padre le dijo a su esposa:


—Quiero reencontrarme con mi hijo. Creo en Aquel en quien él creyó. Llévame mañana al cura, quiero confesarme...


Cfr. A. M. Weigl, Seine Mutter, meine Mutter, Verlag St. Grignionhaus, Altötting 1969, págs. 168-171.