Una vez vi una escena sencilla de la vida. Sin embargo, fue precisamente esta simplicidad, y tal vez incluso un pensamiento más profundo encontrado en ella, lo que me interesó. Ocurrió en los comienzos de la primavera. Una madre y sus hijos salieron al prado. La hierba ya se estaba volviendo verde en su inocente frescura, la tierra ya comenzaba a respirar vida, las primeras flores de primavera ya asomaban aquí y allá. Los niños corrían felices por el prado, recogían flores y luego, felices, se las llevaban a su madre. ¡Un bonito reflejo del corazón de un niño! Lo más hermoso que encontró se lo llevó a su madre...



Una tarde de agosto, durante el memorable Levantamiento de Varsovia, estábamos orando en la capilla de nuestra casa religiosa. Me llamaron porque alguien quería hablar conmigo. Una joven enfermera esperaba delante de la capilla. Estaba muy preocupada por algo. Volvió hacia mí sus brillantes ojos azul aciano y susurró:

 

—Padre, quisiera hacer voto de castidad.

 

Me sorprendió este comienzo inesperado. La miré con atención, queriendo descubrir los motivos de su decisión. En tal estado de ánimo, en medio del rugido de los cañones, la explosión de metralla, el chirrido de los tanques, ante la muerte acechando a cada paso, la petición de la chica me pareció extraña. Ella se puso colorada, un rayo de sol cayó sobre su rostro, sobre su cabello rubio dorado, y la cubrió como con una aureola.

 

—Sé que puede parecer extraño… pero usted, padre, me entenderá. Sé que moriré, tal vez hoy... Me han asignado un puesto muy peligroso. Pero quisiera morir pura, para que mi sacrificio por la patria sea más agradable a la Madre de Dios.

 

El susurro cesó. Ella me miró expectante. Y yo, impresionado por esta simple confesión, no pude contener mi admiración. ¡Que tales lirios crecieran en estas —como decían— calles sucias de Varsovia! ¡Oh, heroísmo silencioso de la muchacha polaca, cuánto entusiasmo le diste a mi alma y coraje para los futuros momentos difíciles de la vida!

 

Hizo voto frente a la estatua de la Inmaculada Concepción y se fue con una sonrisa difícil de olvidar, porque era la última de su vida. Al día siguiente me informaron de su muerte. Murió durante un ataque nocturno en la calle Kazimierzowska destrozada por una granada.

 


Fuente: Bernard Smyrak OCD, Bez zmazy. Rozważania o Matce Bożej, wyd. IV, Kraków 1948, ss. 16-17.