A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana.
Un misionero
que trabajaba en Nueva Guinea describió la siguiente historia.
Un anciano
convertido al cristianismo tenía una costumbre muy interesante. A saber, todos
los días visitaba el hospital local y leía el Evangelio a los pacientes allí.
Esto sucedía durante varios años y todos los que trabajan en el hospital se
acostumbraron.
Pero un día
el hombre notó que empezaba a tener problemas para leer. Después de examinarle
los ojos, el oftalmólogo le dijo que poco a poco perdería la vista.
Al día
siguiente, el anciano no se presentó en el hospital como de costumbre. Alguien
dijo que fue a una colina cercana y estaba pasando un tiempo solo allí.
Al continuar
su ausencia del hospital, uno de los médicos decidió ir a ese cerro a
visitarlo. Durante la conversación, este hombre mayor le explicó al médico su
ausencia del hospital. Es decir, fue a esta colina para orar en soledad y
aprenderse de memoria los versículos del Evangelio, antes de poder ver siquiera
un poquito.
"Pronto regresaré al hospital, doctor", dijo, "y continuaré enseñando el Evangelio a los pacientes allí".