El
que quiera comer la nuez, tiene que romper la cáscara.
Oyó hablar cierto
provinciano de las artísticas vidrieras de colores de una catedral muy famosa,
tanto que se resolvió a emprender un largo viaje para poder verlos. Pero cuando
al final del fatigoso viaje se halló delante de la catedral y miró con gran curiosidad
sus ventanales, exclamó con desilusión:
—¡En vano me he
cansado! No hay en esas ventanas más que un montón de trozos de vidrio negro y
algunas barras de plomo que describen curvas sin ton ni son.
Por suerte le oyó
uno de los habitantes de la ciudad. Volviéndose a nuestro hombre, le
dijo:
—Amigo, para
apreciar los vitrales, no se deben mirar desde fuera, a la luz del día, sino
desde dentro del templo. Entre usted y se quedará sorprendido.
Nuestro hombre
siguió el consejo. Y quedó asombrado por la visión que se le ofrecía. Los
trozos de vidrio que por fuera parecían negros, brillaban con preciosos
colores; y las barras de plomo que desde fuera presentaban un aspecto caótico,
aunaban armónicamente todo el conjunto...
